Los palos son verdes cuando nadie los toca, por eso digo que nos vallamos de viaje y dejémoslos en paz. Solo toquemos la viola y caigamos en el destino del nunca jamás del que todos esperan en esta desolación, cuando el viejo tren que cae en vano para atemorizar a nuestras sombras ilustres como el agua turbia de un río negro.
Allí nadie se anima a meter el pie, dicen que hay unos seres extraños de vida acuática y aérea. Aunque no creo que sean grandes, es solo que son nuevos en este inminente mundo de la deformación de las cosas. La gente del pueblo cuenta la historia de que un niño de 50 años murió ahogado por la bestia ignota que le impidió la salida del mundo acuático. Ya nadie quiere arrimarse ahí.
Entonces digo que nos vallamos a otro lugar donde los días pasan volando junto con las sombras que andan regateando como animales salvajes por las paredes de las cabañas mórficas del sur galáctico. Entremos en ellas con miedo amargo del cielo negro de la iglesia para remediar al pobre ignorante que devora las miradas oscuras de los cestos de basura, que sin hijos piden piedad y calma por la bronca de ese dolor retumbante del exterior.
Esto llega hasta un momento en que la respiración ya no aguanta ese aire “fresco” del interior. Por tal motivo vuelvo a agarrar al ejército paradigmático y lo llevo de viaje nuevamente, ya que los palos son verdes cuando nadie los toca, los dejemos en una fertilizante paz. Así vamos todos juntos hacia el precipicio sin fondo del barril grotesco del Carmen de Andalucía de Guevara. Dicen que es una ciudad fantasmagórica por las voces que gritan de noche a lo lejos del paisaje oscuro de los callejones, con sus gatos blancos que saltan de un cesto de basura a otro en busca de un alimento que la especie humana botó en algún tiempo de su historia. Parecen ser gatos buenos y tiernos, pero nunca han establecido contacto con los destructores del mundo, dicen que han salido desde la tierra floreciendo como frutos campestres en busca de un tesoro ciudadano perdido entre altas paredes de cristal y cemento.
La verdad es que no hay lugar para alojar a mi grupo de soldados sangrientos mentalmente por la presión de sus alrededores, es como una lucha constante por tratar de esconderse de las miradas plateadas de la gente extraña del lugar.
Los gatos son asesinos, es lo que nos dijo un viejo vagabundo que reposaba mirando el cielo negro con su ojo de vidrio. Entonces, nuevamente agarro una bolsa y meto a todos mis muñecos para sacarlos de la caída amarga de los locales, ya que los palos son verdes cuando nadie los toca, que sigan descansando en sus callejones y cultura.
Mientras tanto mi ejército y yo y mi otro yo con vos nos seguiremos desplazando por nuevas vías de entretenimiento alguno que nos pueda indicar el nuevo pulmón, o tal vez aquel tesoro que buscaban esos gatos maléficos.
Si tan solo pudiesen escuchar una cuerda vibrar y derretirse en sus propias almas fragiles, si pudieran ver el sabor de la publicidad...
miércoles, 20 de junio de 2007
Los palos son verdes cuando nadie los toca.
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