lunes, 17 de agosto de 2009

Sexo con seso


Cada persona nace con un coeficiente de inteligencia erótica que puede mejorar hasta llegar a convertirla en superdotada sexual. Quienes lo consiguen obtienen una mayor satisfacción en sus relaciones amorosas.
"El mayor y más potente órgano sexual no está entre las piernas de hombres y mujeres, sino detrás de las orejas”, ha dicho John Money, neuro-endocrinólogo de la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore (EEUU). Indudablemente penes y clítoris quedarían sumidos en un soporífero letargo de no ser porque de vez en cuando son agitados por estímulos hormonales y mensajes eléctricos elaborados en el sistema nervioso central.
Por ejemplo, una descarga de feniletilamina cerebral puede llevar a la lujuria, mientras que la secreción de oxitocina refuerza los lazos emocionales que propician la monogamia; y el orgasmo se puede resumir en una secuencia de sacudidas electrizantes. No se equivoca Irwin Goldstein, urólogo de la Universidad de Boston, al afirmar que “el cerebro es el órgano sexual más importante”.
Lejos de tener mente propia, como aseveró Leonardo da Vinci hace 500 años, el pene –y también el clítoris– está sujeto a la dictadura de nuestro encéfalo. Éste rige la conducta erótica del ser humano, desde los impulsos primitivos hasta las sensaciones libidinosas más elaboradas. “El animal humano, al igual que los demás primates, se reproduce sexualmente y, por lo tanto, gran parte de las estrategias encaminadas a la reproducción estarán orientadas a la identificación de los sexos, la obtención de pareja y la inducción a la cópula”, escribe el etólogo Enric Alonso de Medina, profesor de la Universidad de Barcelona, en su libro El animal humano. El control del instinto sexual reside en el sistema límbico, la sede de las emociones. Pero junto a esta especie de “cerebro de mamífero primitivo”, como lo define el neurólogo Paul McLean, del Laboratorio de Evolución del Cerebro y el Comportamiento, en Poolesville (Maryland), opera otro cerebro de reciente aparición en términos evolutivos. Se trata del neocórtex, una hoja de tejido doblada, de unos 3 milímetros de espesor, que en el ser humano se ha desarrollado a modo de casquete pensante que arropa el resto de la materia gris.

Pues bien, el neocórtex o corteza cerebral otorga al erotismo humano una dimensión desconocida en las otras 4.300 especies de mamífero que hay en el mundo; en la nuestra, el sexo no sólo es un instrumento para la perpetuación de la especie, sino que cumple también una definida función de relación social. En palabras del profesor Alonso de Medina, “en el hombre, el acto sexual es algo más que el puro sexo bestial de procreación; es también un sexo de relación, un diálogo físico, una actividad lúdica que sirve al propósito de unión de la pareja”. En este punto hay que decir que los éxitos y fracasos de nuestras relaciones amorosas no son fruto de los antojos de Cupido. Así es, la conducta sexual aparece deslindada por nuestros conocimientos y fantasías sexuales, así como por los tabúes, los mitos, las inhibiciones, las creencias religiosas y morales, las carencias emocionales, las experiencias traumáticas y la educación recibida, entre otros muchos factores. De este modo, la dimensión erótica de un individuo queda establecida por su nivel de inteligencia sexual, un revolucionario concepto introducido por los psicólogos Sheree Conrad y Michael Milburn, de la Universidad de Massachusetts, en Boston, que desarrollan en su libro Inteligencia sexual. Para estos autores, la dimensión erótica de cada persona está fijada por su coeficiente de inteligencia sexual. Ésta constituye una parcela de nuestra capacidad intelectual tan importante como la inteligencia emocional descrita recientemente por el psicólogo Daniel Goleman y los otros nueve tipos de inteligencia –lingüística, musical, naturalista y existencial, por mencionar algunas– propuestos por el también psicólogo Howard Gardner, de la Universidad de Harvard.

“Las personas menos inteligentes sexualmente sufren mucho dolor y confusión en su vida sexual”, afirman Conrad y Milburn. Pero los zotes eróticos no lo tienen todo perdido. La sabiduría sexual es una facultad que se puede medir, cuantificar y sobre todo potenciar. Para esta pareja de psicólogos, los superdotados sexuales afrontan la relación de pareja de una manera especialmente distinta al resto de la gente que se traduce en una mayor felicidad erótica y una menor incidencia de disfunciones sexuales. “Ser sexualmente inteligentes –y tener una vida sexual mejor– no depende de la suerte, de la belleza o del sex appeal innato. Depende de habilidades que las personas pueden adquirir, desarrollar y dominar con el tiempo. Por consiguiente, la inteligencia sexual es algo a lo que todo el mundo puede aspirar razonablemente y trabajar para conseguir”, dicen estos expertos.

“El primate humano –asevera el profesor Alonso de Medina– ha ido evolucionando morfológicamente y fisiológicamente, hasta convertirse en un animal eminentemente sexual.” Gran parte de nuestra existencia está orientada directa o indirectamente al sexo. Pero, paradójicamente, no todo el mundo consigue una estabilidad emocional en su vida sexual. “Muchísimas personas inteligentes conviven con pasiones que conducen al desastre o con una vida sexual frustrante e insatisfactoria o inexistente”, comentan Conrad y Milburn. Los datos que se desprenden de su proyecto de investigación les avalan. Ambos han estudiado las apetencias sexuales de 500 personas, desde- adolescentes hasta jubilados, mediante un test de elaboración propia que permite concretar el coeficiente sexual y de paso desvelar hasta qué punto una persona está contenta con su vida en la alcoba. Los psicólogos han podido conocer que aproximadamente el 75 por 100 de los estadounidenses confiesa que el sexo es importante o esencial para su vida pero, al mismo tiempo, la mitad dice que constituye la causa de su estrés y el 75 por 100 está preocupado porque no tienen relaciones eróticas con más frecuencia. Encuestas realizadas en nuestro país no arrojan datos más esperanzadores.

Conrad y Milburn se muestran alarmados por el elevado número de participantes que manifestó sufrir algún tipo de insatisfacción erótica: por ejemplo, el 42 por 100 mostró una falta de deseo libidinoso, el 57 por 100 declaró no poder tener un orgasmo y casi un tercio confesó que a veces no encuentra placentero el sexo. En contra de lo que cabría esperar, las disfunciones sexuales no sólo aparecen en personas mayores y parejas que llevan 20 años o más de convivencia. La juventud también es presa de la insatisfacción: para la mitad de las mujeres de entre 18 y 29 años, el coito resulta físicamente doloroso; el 33 por 100 de los hombres de la misma edad confesó tener problemas para lograr y mantener la erección; algo más de la mitad era eyaculador precoz.
Todo parece indicar que la revolución sexual que conmocionó la sociedad en los años sesenta y setenta del siglo XX no zanjó por completo la cuestión de la represión e ignorancia erótica heredadas de épocas anteriores y, como asegura la pareja de psicólogos de Boston, “nuestros adolescentes, que son bombardeados desde edad temprana por imágenes de sexo en los medios de comunicación, no son sexualmente más sofisticados que sus padres”.

Los jóvenes cuentan ahora con más información sexual que nunca pero, al mismo tiempo, “existe una poderosa fuerza en el seno de nuestra cultura –en forma de viejas actitudes hacia el sexo– que impone el silencio, la vergüenza y la represión. Si abrimos la puerta a la sexualidad con una mano, parece que la cerramos de golpe con la otra”, leemos en Inteligencia Sexual. Por otro lado, el sexo comercial ha acarreado un nuevo problema que los sexólogos denominan “tiranía del orgasmo”. En efecto, la sociedad presiona a los adolescentes para que alcancen el máximo dominio de la técnica sexual, para así poder meter el gol del orgasmo a través de unas olimpiadas sexuales que, por cierto, se inician a edades cada vez más precoces. El resultado: los jóvenes –y los no tan jóvenes– sufren su frustración en silencio, desalentados e incapaces de afrontar sus miedos e inseguridades sexuales más profundas. “Muchas personas acaban sintiéndose confusas y avergonzadas por sus deseos y conductas eróticas, y con la sensación de no conocer a su pareja”, afirman Conrad y Milburn.
Pero nadie debería sentirse así. La clave para lograr la felicidad erótica y resolver muchas de las disfunciones sexuales podría hallarse en el nuevo concepto de inteligencia sexual. ¿Pero en qué consiste ésta? Todo el mundo nace con esta facultad cognitiva que, al igual que los demás tipos de inteligencia, hay que cultivar. Afrontar las relaciones eróticas desde la ignorancia es como intentar resolver una ecuación diferencial sin apenas conocimientos matemáticos. En ambos casos, el fracaso está asegurado.
En opinión de Conrad y Milburn, el camino hacia la satisfacción sexual no está en volvernos más seductores, ni en reprimir o dar rienda suelta a nuestros deseos y fantasías eróticas, o en aplicar a pies juntillas las técnicas y conceptos aprendidos en los libros de sexualidad. “Nuestra investigación –comentan los psicólogos– indica que la respuesta consiste en desarrollar nuestra inteligencia sexual.” Ésta reposa en tres pilares fundamentales. El primer componente del talento amoroso consiste en adquirir los conocimientos precisos para adentrarse en la relación de pareja.
“Quienes son sexualmente inteligentes poseen información científica precisa acerca de la sexualidad humana por la que se guían en sus decisiones y en su conducta sexual”, comentan Conrad y Milburn. Este aprendizaje no es una tarea baladí, pues sólo a través de una adecuada educación sexual es posible detectar y combatir algunos mitos y tabúes eróticos que están arraigados en la sociedad y que interiorizamos a través de la cultura popular, la religión y la familia. Los medios de comunicación y las reuniones en el patio del instituto también son fuentes de mensajes eróticos poco fiables e incluso desconcertantes. Y esto puede llegar a ser inquietante, pues las tres cuartas partes de las informaciones sexuales que llegan a oídos de nuestros jovenes proceden de sus amistades y de los medios de información.
“Gran parte de lo que las personas aprenden de sexo está basado en datos erróneos, prejuicios aceptados sin detenerse a pensar si son correctos, e incluso si son supersticiones”, dicen estos psicólogos. Creencias como que el pene ha de estar siempre listo para entrar en acción, que las mujeres que cumplen los cánones de belleza son más activas en la cama, que el sexo femenino ha de mostrarse pasivo o que el orgasmo simultáneo es el mayor placer erótico pueden hacer que se derrumbe la autoestima y la confianza en nosotros mismos.
Una vez liberados de las mentiras del sexo, el segundo paso hacia una vida sexual mejor se halla en descubrir nuestro propio sexo, esto es, averiguar qué nos atrae, qué nos excita, qué preferimos y qué facetas de nuestra conducta erótica nos plantean dificultades. Conrad y Milburn definen este pilar de la inteligencia sexual como consciencia del Yo sexual secreto. Éste alberga los verdaderos pensamientos, sentimientos y emociones que hacen que la vida amorosa sea más gratificante. Pero, como advierten estos expertos, los auténticos deseos sexuales quedan encubiertos con demasiada frecuencia por diversos motivos. Por ejemplo, el Yo sexual secreto puede verse condicionado de forma negativa por experiencias desagradables que ocurrieron en el pasado, por necesidades emocionales insatisfechas o simplemente por mitos o imágenes falsas de la sexualidad humana que se difunden a través de los medios de comunicación. A este último respecto, la pareja de psicólogos estadounidense pone de relieve cuatro mitos de origen mediático instalados en la sociedad y que resume en esta frase: “Sharon Stone no hace el amor mejor que las demás mujeres”. El cuarteto de bulos mediáticos es el que sigue: primero, que todos los demás tienen más y mejores relaciones sexuales; segundo, que nuestro cuerpo no es perfecto; tercero, que todos los problemas quedan resueltos si se logra acceder a un “sexo de película”;y cuarto, que, si es necesario, el sexo se puede lograr por la fuerza. Los jóvenes son especialmente receptivos a este tipo de mensajes.
“Los conflictos con la figura corporal resaltan especialmente como problemáticos entre los púberes, pues pueden dar lugar a casos de anorexia, bulimia o ambas cosas; vigorexia y dimorfía o incomodidad con el propio cuerpo”, advierte el profesor Félix López, catedrático de Psicología de la Sexualidad de la Universidad de Salamanca. Sin duda alguna, uno de los principales retos de los educadores sexuales está en enseñar a los alumnos a distinguir el sexo ficticio del real.
Cuando se practica el erotismo que se ve y no el que se siente, el fantasma de la decepción –y de la disfunción– hace acto de presencia. En este sentido, el desarrollo del intelecto erótico ofrece la posibilidad de discernir las conductas sexuales auténticas de las impostoras, que se instalan en la mente como polizones. “Las personas sexualmente inteligentes son capaces de advertir, por ejemplo, cuándo sus deseos eróticos están sustituyendo a carencias emocionales que no son sexuales, como la falta de autoestima, de seguridad o de poder. Saben cuándo tienen relaciones sexuales simplemente porque se sienten solas”, afirman en su obra Conrad y Milburn.
El tercer y último pilar de la inteligencia erótica tiene que ver con la conexión con los demás. El sexo es cosa de dos, cuando no de más. “Mantener una vida sexual enriquecedora implica a otras personas”, comentan Conrad y Milburn. Para adquirir una buena habilidad y dominio de la sexualidad, tanto en lo que se refiere a la relación de pareja como consigo mismo, hay que abrirse a los demás. Esta deficiencia ya hace acto de presencia en la adolescencia: las relaciones interpersonales y afectivas constituyen uno de los problemas más comunes en esta etapa del desarrollo, ya que a menudo implican soledad emocional y social, frustraciones amorosas y dificultades para la seducción y la intimidad difíciles de afrontar, según el profesor López.
Conrad y Milburn aseguran que una persona no alcanza un alto grado de inteligencia sexual hasta que domina ciertas habilidades sociales o interpersonales, que incluyen, entre otras cosas, la capacidad de hablar con la pareja sobre la vida sexual y de comprender el Yo erótico del amante. “La inteligencia sexual implica aprender a ser sinceros con nosotros mismos y con nuestra pareja, sobre quiénes somos sexualmente.” Una vez más, la sociedad pone zancadillas a esta meta, pues como aseguran estos psicólogos “una de las cosas que la mayoría de las personas aprende a una edad temprana en su familia es a no hablar de sexo. La idea de que los sentimientos sexuales son, literalmente, innombrables es uno de los mitos que ejerce de barrera, tanto para conocer esos sentimientos como para hablar de ellos”. En cierto modo, los parámetros sociales que dictan lo que es “correcto” y lo que es “anormal” hacen que muchas personas silencien sus verdaderos deseos y fantasías sexuales por temor al rechazo de la pare-ja. En su investigación, Conrad y Milburn descubrieron, por ejemplo, que sólo la mitad de los encuestados pensaba que otras personas tenían fantasías sexuales parecidas a las suyas; el 19 por 100 aseguraba que se sentiría muy violento e incluso “horrorizado” si alguien conociera la naturaleza de sus ensueños eróticos y un 12 por 100 confesaba que jamás se los contaría a su pareja.
Para los autores, estos datos evidencian lo corriente que sigue siendo avergonzarse de la propia sexualidad. “Cuando reprimimos y ocultamos esta parte de nosotros, los resultados son tan destructivos como cuando mantenemos encerradas las emociones. Perdemos el sentido de quiénes somos y despojamos nuestra vida de autenticidad y pasión”, comenta la pareja de investigadores. De nuevo, la inteligencia sexual permite no caer en este silencio sexual capaz de dañar la relación amorosa.


Enrique M. Coperías


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