miércoles, 25 de febrero de 2009

Cuadro a cuadro, un artista pintó la agonía de su padre.

El pintor cuenta que en noches largas, tomaban mate, lloraban y él iba haciendo los dibujos.







Él estaba muy degradado, pero podía verme cuando lo pintaba", confiesa Ariel Mlynarzewicz, quien se animó a pintar el dolor más profundo: la agonía y muerte de su padre. Y estremece cuando lo recuerda, en un recodo de la Sala Cronopios justo donde se ubican los cuadros de la serie La agonía de mi padre. "Cuando le diagnosticaron cáncer terminal, viajamos con mis hermanos a Mar del Plata para estar con él. Fueron noches muy largas, yo era el encargado de ponerle la morfina. Y mientras nos acompañábamos, tomábamos mate, charlábamos y llorábamos, yo lo dibujaba".

En una vitrina ubicada en el hall de entrada a la sala están dispuestos los bocetos que culminan con una escritura, acaso imposible de llevar al cuadro: "Mi padre ha muerto". Esa misma leyenda puede leerse en el reverso de una de las obras, que expone en estos días en el Centro Cultural Recoleta, en una muestra que tituló "Los lugares de la pintura".

Luego, Mlynarzewicz -al que Carlos Alonso llamó "mí único discípulo reconocido"- llevó al lienzo esos dibujos que hizo durante los dos meses de agonía. El proceso le tomó dos años. "Fue mi forma de procesar el duelo: cuando hacía las pinturas de mi viejo lo sentía más cerca que nunca y hasta entablaba conversaciones con él. Fue una conexión muy fuerte", dice el artista, para quien "pintar es entrar en la proximidad de la distancia".

En esta línea, se destacan las pinturas en las que se abraza con su mujer, las de sus hijos y los lienzos a tinta con desnudos que evidencian su destreza en el dibujo. Es que la muestra recorre, con más de medio centenar de obras de los últimos años, el mundo más privado de este artista a un tiempo joven y experimentado. Fascina la potencia del color y la materia, la intensa gestualidad de la pincelada en puñetazos al estilo de Lucien Freud. A contrapelo de la ola conceptual, Mlynarzewicz trabaja en la más pura tradición pictórica. Pinta al óleo retratos, desnudos y escenas de su vida cotidiana: una especie de diario íntimo actual con un pie en el pasado. Y no duda en definirse como "un pintor de cuadros".

En ese universo íntimo que el artista exhibe sin pudor, su taller es un lugar central: "No trabajo con modelos pagos, mis modelos son amigos o gente con la que quiero relacionarme, aprender, descubrir", dice. Por su atelier pasaron, entre muchos otros, Carlos Fuentes, José Luis Cuevas, Juan Carlos Distéfano y Martín Caparrós. En la muestra se descubre a Jorge Drexler en Tocando música, a sus compañeros de trabajo de la Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes posando risueñamente y al pintor Juan Doffo. En Dos poetas jugando en mi taller, Washington Cucurto desnudo pone unos libros sobre la cabeza de Fabián Casas, quien "no se animó a desnudarse", dice el artista. El sí es capaz de mostrarse desnudo en una serie de autorretratos.

Los lugares de la pintura es un homenaje al oficio del pintor. Y, sobre todo, a la singular capacidad del arte de expresar los más inefables sentimientos.

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