Me transporto en el tiempo y el espacio, físico-mentalmente.

He estado ausente. Sin embargo el aroma del lugar de mi presencia era el mismo que el de la fotografía, sólo que nunca he estado en esa ruta. Pero la cámara de foto iba de mano en mano, de humano a humano, de lugar a lugar; capturando distintos sentimientos y momentos del que tenía el poder, es decir, la cámara.
El lugar de mi presencia era el hogar: una construcción humana decorada de creaciones humanas, pero mi mente humana, en ese momento, lo percibía de otra manera. Una libertad con sabor a cookies-yankis era como solía enriquecerse mi alma en ese pasado.
Comunidad energética, apoyo moral, solidaridad entre dos vecinos, dos almas conectadas por la hermandad que se potenciaba en territorio ajeno.
Rostros de seres con las que se han gastado neuronas al andar, y al volverlos a ver, ahí, inmóviles, representando un momento del pasado, se vuelven a recrear los sentimientos.
Y en los espaciados del parque árboles enormes, inmensos y secos con hojas amarillas que caían como gotas de silencio natural.
Bellas hembras desfilaban con sus pelos sueltos creando peinados inquietos y tormentosos, pero generando placer en cada o en la mayoría de las almas allí presentes. Al menos llamaban la atención.
Y la fotografía sigue representando aquella otra dimensión, aquella otra vida paralela que ya fue vivida y se la vuelve a vivir, a revivir, como un renacimiento. Algunas más que otras. Y los recuerdos florecen en la mente llegando al corazón por medio de energías vibrantes de emoción, de sentimientos que has tenido alguna vez, aquella vez, y que hoy vuelven a salir a flote.
A veces el tiempo no existe y la felicidad en primavera. Las agujas giran y giran dando la hora y las fotografías que aniquilan el tiempo cuando uno vive en ellas.
¿y cuando el negativo se vela? Momentos muertos, ya nada va a ser como lo era, sólo es cuestión de reponer el alma, el espíritu, y volver a escribir el libro de tu vida, el álbum de tus escenas físicas y mentales.